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lunes, julio 6

La brisa del Atlántico

Atardecer

A orillas del mar

Me suele el sol encontrar,

Cuando declina y desmaya,

Absorto viendo llegar

A la arena de la playa

Las roncas olas del mar.

 

.
"A orillas del Mar", 1882 José Velarde Yusti (1848-1892) 
Poeta Andaluz, de Conil de la Frontera

Ese soplo de brisa del Atlántico, el que mueve desde hace unos días a la Arbonaida... ese soplo de brisa me lleva...
Pero prometo volver. Sed felices. Besos y abrazos.

  Música Recomendada: Pericón de Cádiz - Fandangos

Fotografía: Atardecer
Autor: Landahlauts

domingo, marzo 22

A la vora del mar

L'amor que passa a la vora del mar

Entre les barques quan passa l´amor
no duu la fúria de crits ni besades,
l´amor que passa a la vora del mar
és blau verdós i flexible com l´aigua.

Perquè a la platja hi arribi l´amor
hem de tenir una miqueta de calma,
i una gavina pel cel adormit,
una gavina i una aigua ben blava.

L´amor que passa a la vora del mar
vol que tot just es bellugui la barca,
vol a la vela una mica de vent,
però té por de sentir les onades.

Vol una galta que es deixi besar,
però que hi posi una certa recança;
l´amor que es diu a la vora del mar
és un amor de molt poques paraules.

Entre les barques quan passa l´amor
no vol ni plors ni gemecs ni rialles,
l´amor que passa a la vora del mar
és un sospir que batega com l´aigua.
Cançó de rem i de vela nº XII De: Cançó de rem i de vela
Autor: Josep Maria de Sagarra i de Castellarnau


Entre las barcas cuando pasa el amor,
no lleva la furia de gritos ni besos,
el amor que pasa cerca del mar,
es azul verdoso y flexible como el agua.

Para que en la playa llegue el amor,
hemos de tener un poco de calma,
y una gaviota por el cielo dormido,
una gaviota y un agua bien azul.

El amor que pasa cerca del mar,
quiere que se mueva la barca,
quiere en la vela un poco de viento,
pero tiene miedo de sentir las olas.

Quiere una cara que se deje besar,
pero que ponga una cierta añoranza:
el amor que se vive a la orilla del mar
es un amor de pocas palabras.

Entre las barcas cuando pasa el amor,
no quiere ni lloros ni gemidos ni risas
el amor que pasa a la orilla del mar
es un suspiro que late como el agua.
Cançó de rem i de vela nº XII De: Cançó de rem i de vela 
Autor: Josep Maria de Sagarra i de Castellarnau 
Amb la traducció al castellà de: José María López Blánquez (Moltes gràcies, Compadre)
 
Fotografía: L'amor que passa a la vora del mar  
Autor: Landahlauts

jueves, noviembre 27

Náufrago

Cae la tarde


Nunca sabré que espero de él
ni que conjuro deja en mis tobillos
pero cuando estos ojos se hartan de baldosas
y esperan entre el llano y las colinas
o en calles que se cierran en más calles
entonces sí me siento náufrago
y sólo el mar puede salvarme.
De: El Silencio del Mar 
Autor: Mario Benedetti (1920)

Fotografía: Cae la tarde 
Autor: Landahlauts

sábado, julio 12

Soñando con la mar

Soñando con la mar

Si mi voz muriera en tierra
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.

Llevadla al nivel del mar
y nombardla capitana
de un blanco bajel de guerra.

¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela!

Rafael Alberti (1902 -1999) 
Poeta Andaluz, del Puerto de Santa María

La Arbonaida comienza a ondear con una suave brisa marina...

(Puedes oír el poema, en voz de Alberti, pulsando aquí).

Fotografía: Soñando con la mar 
Autor: Landahlauts

miércoles, julio 5

El Mar, La Mar.



El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!

¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?

¿Por qué me desenterraste
del mar?

En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.

Padre, ¿por qué me trajiste
acá?

Rafael Alberti (1902 -1999) 
Poeta Andaluz, del Puerto de Santa María

viernes, junio 30

Amanece, que no es poco

Sol entre nubes
Le gustaba levantarse antes de que saliera el sol. Podía parecer extraño hacer algo así estando de vacaciones en la playa y más, después de un largo año de madrugones monótonos para ir a trabajar. Pero disfrutaba haciéndolo. Conseguía así unos instantes de plena soledad en los que disfrutar de un par de horas sin hablar con nadie. No tenía que mostrarse cortés, ni educado, ni tenía estar pendiente de nadie. Eso le relajaba.

Había, además, otra motivación, la más importante: el mar.

El mar, la mar, ejercía sobre él una fascinación infinita, un sentimiento que podía parecer impropio de una persona nacida tierra adentro. Siempre que podía acudía a visitarlo, como el amante que roba instantes para dedicárselos a la amada.

Así, siempre que estaban cerca de la playa, se despertaba con los primeros resplandores del día. Al hacerlo sentía ese nervioso que tenía de niño cuando iba a hacer algún viaje o excursión. Se levantaba, se vestía y salía furtivamente hacia la calle. Allí, aspiraba profundamente la primera bocanada del aire fresco de la mañana.

Comenzaba de este modo un protocolo que, como si fuera una oración, repetía todas las mañanas. Era su particular manera de agradecer que estaba vivo.

Y comenzaba a correr. Y corría por la playa, avanzando con paso firme y decidido. Mientras, las olas suaves del amanecer rompían entre sus pies. Corría hasta que sentía bullir la sangre en su cuello, en sus sienes... mientras su corazón y sus pies marcaban el ritmo incensante.

A su alrededor, la vida en torno a la playa se despertababa. Los operarios del servicio de limpieza se afanaban en limpiar la playa: reponían las bolsas en los contenedores y recogían alguna que otra sombrilla rota o lata de refresco vacía que había quedado semi enterrada en la arena. Podías encontrar a alguna que otra pareja que, escondidas entre las hamacas de alquiler, desahogaban frenéticamente el deseo acumulado durante toda la noche. Estaban también los jóvenes solitarios, aquellos que habían tenido menos suerte, como aquel que, adormilado por los efectos del alcohol, yacía inmóvil sobre la arena, mientras la humedad se apoderaba de sus huesos. O aquel otro que, unos metros más allá, desahogaba su frustración pateando una papelera mientras gritaba palabras incoherentes.

Y había viejos. Muchos viejos. Alguna vez se había preguntado qué llevaba a los viejos a madrugar tanto. Aparte, claro, de su particular idea de vida sana, esa que les obligaba a caminar con cierto aire marcial por la playa y el paseo de un lado a otro. Pero, por lo demás, ¿por qué esa prisa por levantarse?. ¿Quizás pensaran que aquel podía ser el último de los días de su vida?, ¿sería ese el motivo de su interés en vivir las veinticuatro horas de aquel día de un modo intenso?

Siempre que veía a aquellos ancianos hacer deporte junto al mar, recordaba esos partidos de fútbol en que, ya en los últimos minutos, los jugadores del equipo perdedor tratan de conseguir una victoria inaccesible. Y lo hace de modo ridículo, apurando sus últimas fuerzas y corriendo detrás de un balón que ya... no alcanzarán.

Pero toda aquella gente no existía para él. Él, corría.

Correr por la playa le relajaba mucho, a pesar de que su ritmo no era para nada relajado. Y a pesar de aquella humedad que le hacía sudar de un modo muy intenso y de la arena, aquella pegajosa arena húmeda que entraba en sus zapatillas. Pero disfrutaba corriendo intensamente. Entonces, cuando ya no podía más, bajaba el ritmo hasta detenerse. Y allí mismo, se desprendía de su ropa y de sus zapatillas y se sumergía en el mar. Era una especie de rito iniciático, un rito para comenzar el día. El agua, fría casi siempre, contraía sus músculos fatigados y le daba una inequivoca sensación de estar vivo. Intensamente vivo.

Luego, al poco rato, salía del mar y se dejaba caer en la arena. Extenuado, pero feliz, resopabla con su cara pegada a la arena. Mientras tanto, los primeros rayos de sol caían sobre su cuerpo. Los primeros bañistas bajaban con sus periódicos a coger una buena ubicación en la playa. Para todos ellos comenzaba un día que él, podía decir que ya había disfrutado. Sonreía, mientras se vestía y se calzaba sus zapatillas.

Y se marchaba.

Fotografía: Sol entre nubes