Ayer tarde fuimos a coger moras con los niños. Estuvimos en Víznar, una localidad de la Comarca de la Vega (en las estribaciones de la Sierra de la Alfaguara). Aparqué a la salida del pueblo, donde se ubicaban Las Colonias y el antiguo molino sobre la Acequia de Aynadamar (la Fuente del las Lágrimas). Y paseamos por aquella carretera que transcurre entre Víznar y Alfacar mientras hurgábamos en los zarzales en busca de sus frutos. Es una carretera muy concurrida en las tardes de verano: cuando cae el sol y comienza a hacer fresco se llena de gente paseando, corriendo y en bicicleta. Caminamos hasta las proximidades del barranco, unos metros antes, nos dimos la vuelta. No quisimos llegar allí.
Durante el camino de vuelta al coche, comenzamos a hablar con unas mujeres. Eran dos vizneras que paseaban por aquella carretera. La conversación giró en torno al barranco. Nos contaron que ellas, como mucha gente de Víznar, lo llamaban el Barranco del Padre Nuestro, porque sus padres les habían enseñado, desde niños, a rezar cada vez que pasaban por sus inmediaciones. Nos contaron como durante la guerra sus familias fueron obligados a acoger y alimentar a los sicarios del Capitán Nestares (José María Nestares Cuéllar) en sus hogares. Nos contaron historias sobre familias rotas: padres y dos hijos, padres y tíos, padre y madre... Nos dijeron como Las Colonias, el campamento para los niños que había a las afueras del pueblo, fue el corredor de la muerte de muchos desgraciados. Nos contaron sobre la ley de silencio que cubrió lo sucedido en aquel Barranco durante muchos años. Nos contaron como Blas (el de La Casita de Papel, junto a Las Colonias) fue obligado a marcharse del pueblo después de que hablara sobre el barranco con un escritor de acento extranjero (Ian Gibson), uno muy interesado en un poeta fusilado allí. Nos contaron la vergüenza que les supuso, durante muchos años, salir del pueblo y, al mencionar el lugar de nacimiento, soportar que los relacionaran con aquel barranco, como si fueras cómplice de lo ocurrido. Y entonces me di cuenta de que los 72 años no han curado nada. Porque ninguna herida se cura cubriéndola, sin más. Me di cuenta de que en aquel Barranco de Víznar hay cuatro mil asesinados que piden justicia o, al menos, un lugar digno donde sus familiares puedan honrar su memoria. Me di cuenta de que aquel pueblo merecía deshacerse del estigma que los señala como un pueblo cómplice de muerte. Me di cuenta que, por mucha tierra que se eche encima de aquel barranco, seguirá rezumando sangre: la sangre de los inocentes.
Hoy vengo contado una historia que a muchos les parecerá vieja, muy oída, repetida. Una historia que algunos piensan que es mejor dejarla como está. Pero, yo no puedo: en aquel barranco hay cuatro mil inocentes que piden justicia. Al despedirme de aquellas mujeres, cuando ya había caído la noche y la luna nos iluminaba... yo escuché sus voces. Y todavía resuenan en mi cabeza. Y, si te fijas, ahora probablemente también resuenen en la tuya.
Fotografía 1: Barranco de Víznar
Fotografía 2: La Luna sobre el Barranco de Víznar
Autor: Landahlauts