Recuerdo que en el colegio tuve una compañera que se llamaba M.C.
M.C. era una chica guapa, con un ensortijado pelo negro azabache y los ojos grandes, también negros. Se notaba a la legua que era andaluza. Ella, en realidad, no había nacido en Andalucía. Sus padres, como tantos andaluces, marcharon a otras tierras en busca de un futuro mejor. Su destino fue Alemania. Y allí nació, en Múnich (Baviera).
Con el paso de los años, después de mucho trabajar, con algunos ahorros, cansados de la lejanía y viendo mejores expectativas en Andalucía, regresaron. En cuanto M.C. llegó al colegio "se le asignó" un alias, uno de esos que los niños emplean con tanta facilidad y que suelen ser dolorosamente crueles. A M.C., para diferenciarla de otra chica que se llamaba así, la llamábamos M.C. "La Alemana". Pasado algún tiempo, "La Alemana" llegó a ser una de mis mejores amigas. En cierta ocasión me comentó, con amargura, el dolor que le producía que la llamaran así. Decía que durante toda su vida, viviendo en Alemania, había sido considerada "La Española" y que, aunque jamás la rechazaron por ello, siempre le sirvió para considerarse distinta y extraña. Por eso, cuando sus padres decidieron retornar a Andalucía, se alegró pensando en que por fin estaría en su lugar. En el lugar de donde procedía y donde nadie la consideraría extranjera. La realidad fue distinta y M.C. comprobó con amargura como era considerada extranjera en dos países a los que amaba.
Anoche, en el Canal Viajar, vi un documental que me recordó la historia de M.C.. Se llamaba "Viaje a mis raíces" (Family Footsteps). En el capítulo de anoche una chica australiana, hija de padre inmigrante, viaja al país de sus antepasados, a Egipto. Ella es una chica integrada en la vida de Australia, una mujer vitalista, practicante de deportes de aventura, independiente y autosuficiente. En Egipto se encontrará con los primos y los tíos que dejó atrás su padre, conocerá un país distinto al suyo, una realidad alejada de que le es cotidiana. Pero, a pesar de las diferencias entre la sociedad de la que viene y aquella, se da cuenta de que hay algo que la une a aquel país lejano. Un extraño vínculo existe, hay algo que la hace reconocer en su interior aquello que, paradójicamente, nunca ha conocido. Algo que la hace llorar de emoción al contemplar las Pirámides o al visitar la tumba de sus abuelos, a los que nunca conoció en persona. Pero, en el fondo, sabe que aquella no es, ni será nunca, su realidad. En cierto momento del documental, relata con tristeza como en Australia se ha considerado siempre distinta por su tono oscuro de piel y como en Egipto, por su mentalidad y su forma de comportarse y actuar, se ve como una extranjera más. Extranjera en todos lados, como M.C.
¡Cómo debe de doler en el alma ese desarraigo!
«Pienso que el hombre debe vivir en su patria y creo que el desarraigo de los seres humanos es una frustración que de alguna manera u otra entorpece la claridad del alma. Yo no puedo vivir sino en mi propia tierra; no puedo vivir sin poner los pies, las manos y el oído en ella, sin sentir la circulación de sus aguas y de sus sombras, sin sentir cómo mis raíces buscan en su légamo las substancias maternas.»
Pablo Neruda
Confieso que he vivido