Cuentan que Jorge Luis Borges visitó la Alhambra en 1976, estando ya completamente ciego.
Borges jamás pudo ver la Alhambra. Pero tocó las paredes, abrazó sus columnas, escuchó el agua de las fuentes y el canto de los ruiseñores en el bosque. No la vio, pero se impregnó de su espíritu. Poco después escribió este poema:
Grata la voz del agua
a quien abrumaron negras arenas,
grato a la mano cóncava
el mármol circular de la columna,
gratos los finos laberintos del agua
entre los limoneros,
grata la música del zéjel,
grato el amor y grata la plegaria
dirigida a un Dios que está solo,
grato el jazmín.
Vano el alfanje
ante las largas lanzas de los muchos,
vano ser el mejor.
Grato sentir o presentir, rey doliente,
que tus dulzuras son adioses,
que te será negada la llave,
que la cruz del infiel borrará la luna,
que la tarde que miras es la última.