Hace unos días, en el patio, mientras tendía la colada, vi a la vecina de enfrente tendiendo también. Vestía una camiseta de manga larga y unas bragas. Y sonrió al saludarme.
Me dió mucha alegría al verla así.
Sí. Sé que dicho así queda un poco "extraño" pero... dejad que os explique.
Mi vecina tenía un marido que era muy fascista y muy borracho. No sabría decir si era más de lo primero que de lo segundo, o viceversa. Pero de ambas cosas era bastante. Supongo que ella no llevaría especialmente mal que fuera muy fascista, y le incomodaría más que fuera muy borracho. Mi caso era el opuesto. Me molestaba más por fascista. Claro, que no era yo el que esperaba en casa, para verlo entrar como un pelele ridículo harto de copas. Yo sólo sabía que al otro lado del muro, en el piso contiguo, dormía un fascista que, por cuestiones que no vienen al caso, además tenía licencia de armas. Eso era lo que más me inquietaba.
La parca no entiende de ideologías. Así que un buen día, mi vecino el fascista borracho, murió. Y la causa no fue muy original dada su afición desmedida por la bebida: una cirrosis fulminante. De esto hace ya una decena de años.
Ella quedó muy afectada con su muerte. A veces nos acostumbramos a las personas y cuando faltan, es como si se hundiera nuestro mundo. Aunque racionalmente, no los echemos de menos en absoluto, simplemente porque nos hemos acostumbrado a su presencia, como te acostumbras a leer mientras estás sentado en el retrete, o a meterte el dedo en la nariz durante los atascos.
En otras ocasiones el motivo de esa afectación es más trágico aún: "eres mi vida, no podría vivir sin ti"... y resulta que es verdad, que esas personas deciden no ser ya un ser vivo autónomo, sino un organismos dependientes de otro. Esto último es más lamentable aún, aunque esa dependencia sea por amor.
No sé si ella lo echó de menos, ni siquiera tengo la certeza de que él fuera "su vida"... Pero os aseguro que la muerte de su marido le desgarró el alma durante demasiado tiempo.
Así, comenzó a apagarse, lentamente. Yo, al verla, siempre pensaba: "
ahora que tiene motivos para vivir, sin que nadie le amargue la vida..." Pero no. Como dirían las personas mayores "se dejó": no cuidaba su aspecto, no se arreglaba, siempre con un chándal oscuro, encerrada en sí misma....
Hace unos días, en el patio, mientras tendía la colada, vi a la vecina de enfrente tendiendo también. Vestía una camiseta de manga larga y unas bragas. Y sonrió al saludarme.
Me dió mucha alegría de verla así... hasta que la vi colgar unos calzoncillos boxer de hombre.
Está bien que mi vecina vuelva a ser feliz. De verdad que me alegro, Y me gusta que se sienta amada y deseada de nuevo. Pero no me gustaría que pensara que "
no puede vivir sin él".
Esta vez no, vecina. Puedes vivir, colgando calzoncillos o sin colgarlos... pero recuerda que no eres parte de nadie.