Soy cafeinómano, lo admito. Hay temporadas en las que me resulta muy difícil pasar el día sin tomar un par de cafés. A los que nunca han tenido algún tipo de dependencia parecida, esto les parecerá una bobada... pero sé que hay muchos que me comprendéis y os solidarizáis conmigo.
Así, cuando el nivel de cafeína en sangre baja más de habitual, busco mi dosis donde sea. Dejo a un lado mis "exquisiteces" de Tarrazú de Costa Rica, el Kenya AA o el Blue Mountain de Jamaica y pierdo la dignidad "cafeteril". Sería capaz, en esos casos, de tomar cualquier café, incluso un torrefacto (ese brebaje cancerígeno) con mucho azúcar. Tan es así, que incluso he llegado a entrar en un hospital bucando (planta por planta) una máquina de café a las 10 u 11 de la noche: el mono, es lo que tiene.
En uno de esos "síndromes de abstinencia" me encontraba hace unos días cuando (casi a las dos de la tarde) pedí un café en un local de Dunkin' Coffee.
A pesar de mi síndrome de abstinencia... me indigné. Puedo pasar por alto el vaso de poliestireno expandido, aunque engaña peligrosamente sobre la temperatura del líquido. Puedo ignorar la ridícula tapadera de plástico blanco (hay quien la verá práctica, pensando que evita el derrame accidental del contenido). Ahora... por lo que no puedo pasar, lo que me parece totalmente indigno y vejatorio es que, en lugar de cucharilla, te den una pajita para beberlo como si aquello fuera una Fanta de Naranja. ¡Vamos, hombre, por favor!!!
Uno, a pesar de ser cafeinómano, tiene su dignidad. Faltaría más...