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lunes, diciembre 29

El Día Después

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(Esta anotación es continuación de la anterior, del día 24 de Diciembre, titulada El Último. Es recomendable haber leído aquella previamente y, después esta)

Temía que se cumplieran los peores presagios de mi amigo. Por eso, el día 25 de Diciembre, día de Navidad, fuí al Cortijo de Gibalto. Cuando entré en el corral no encontré a nadie, además, reinaba un silencio extraño.

Cabizbajo y triste, estuve todo el día tratando de averiguar cual sería el motivo de la extraña desaparición de una familia completa. Sólo mejoró mi ánimo al llegar la hora de la comida. Sobre la mesa: un humeante pedazo de pechuga del pavo de Nochebuena, con una salsa exquisita y un buen tinto.

Desde aquel momento, mi tristeza desapareció, me encuentro más animado. Y estoy seguro de que el protagonista de esta historia siempre vivirá en mi. O, al menos, su recuerdo.

¡¡Besos y abrazos para todas/os!!


Fotografía: Reloj E.A.
Autor: Landahlauts

miércoles, diciembre 24

El último

Sonnenuhr - Reloj de Sol (1730)
Relato

No me gusta la Navidad. Bueno, en realidad, no es solo eso, lo cierto es que la odio profundamente. No creas que este sentimiento de rechazo está motivado por una animadversión a su contenido religioso, o porque odiar la Navidad queda muy cool o muy progre. No. Yo la odio con motivos. Créeme. Aunque, no siempre fue así. De pequeño me encantaba. Soñaba con que llegara el tiempo de colocar el árbol de Navidad, el nacimiento, las luces, de cantar villancicos, de esperar los regalos... Pero, la vida a veces te golpea sin piedad y te hace cambiar, volverte duro... y consigue que odies aquello que amas. Así pues, de unos años para acá la Navidad queda asociada para mi con un doloroso sentimiento de pérdida. Todo empezó hace cinco o seis años. Mis abuelos, ellos fueron los primeros. Sí, lo sé... me diréis que es lo normal, que es ley de vida, que eran mayores. Pero, con la edad que yo tenía, resulta muy duro aceptar que tus abuelos no volverán, que los has perdido de sopetón, sin avisar. Y a los dos. En contra de los que muchos creen, cuando se es tan joven asimilas con facilidad percances tan duros como la enfermedad o la muerte. Yo, poco a poco, lo acepté, y me sobrepuse a ello. Pero, al año siguiente, pocos días antes de la Nochebuena, volvió la desgracia sobre nuestra familia: mi padre salió una mañana a pasear y no regresó. Fue un mazazo terrible, y no sólo para mi: mis hermanos mayores (los mellizos) quedaron abatidos y, mi madre nunca volvió a ser la misma. Ella fue la más afectada. A partir de aquel día, siempre se la veía ausente, con la mirada perdida y los ojos llenos de lágrimas. El día que hizo un año de la desaparición de mi padre, mi madre salió de casa. No teníamos un lugar donde descansaran los restos de mi padre, entre otras cosas, porque sus restos nunca aparecieron. Así que ella, queriendo mantener viva su memoria, madrugó para recorrer el mismo camino que hizo él aquel fatídico día, a la misma hora... y un año después. Ella tampoco volvió. Mi madre desapareció en el mismo lugar y a la misma hora que lo había hecho mi padre, con una diferencia justa de un año. Comprenderéis que, así, no sólo no te disgusta la Navidad. Además... la odias, la detestas y la relacionas con el dolor y con un desgarrador sentimiento de pérdida de los seres más queridos. Los mellizos, ellos fueron los siguientes. Esta vez ocurrió en nuestra propia casa. Una fría mañana de diciembre, instantes antes de amanecer, un brusco portazo nos despertó sobresaltados. Alguien había cerrado la puerta al salir apresuradamente. Allí donde debían de estar mis hermanos, no había nada. Nada. Las mantas tibias delataban que su ausencia era reciente. Nada más supe desde entonces de ellos. Ha pasado un año. Durante todo este tiempo apenas he comido, me ha resultado difícil conciliar el sueño y apenas he pisado la calle. Sólo el dolor y la desesperación habitan en mi. La Navidad se aproxima, lenta e inexorablemente. Sé que a muchos estas fiestas os llenan de sentimientos de felicidad, de generosidad, de amor. A mi sólo me inunda de dolor y de angustia. Y más este años, sabiendo que soy el último pavo adulto que queda aquí, en mi casa, en el corral del Cortijo de Gibalto. Disculpadme pues, si no os deseo feliz Navidad.
Fotografía: Sonnenuhr - Reloj de Sol (1730)  
Autor: Landahlauts