Vista con los ojos de un niño de siete años, aparentaba ser muy mayor. Quizás por mi joven edad, quizás también porque vestía con colores oscuros. Era gruesa y su pelo canoso. Olía muy bien. Recuerdo que se llamaba Doña María, y que vivía frente al ambulatorio de Gran Capitán, junto al Monasterio de San Jerónimo, en Granada.
Yo, con el paso de los años, me di cuenta de que aquel niño de siete años fue un alumno especial para ella, no me preguntéis el motivo... lo desconozco. Pero tengo el convencimiento absoluto de que fue así. También he descubierto, con el paso de los años, que ella fue una maestra especial para mi. La más especial de todos los maestros que tuve después. Lástima que jamás se lo pudiera decir.
Doña María fue mi Maestra. No fue "mi profesora", como ampulosamente se dice ahora. No, mi Maestra. Y sé que para ella la enseñanza era mucho más que un trabajo porque, además de las tablas de multiplicar y ortografía, nos inculcó respeto a los demás y tolerancia. Y todo ello envuelto en pasión por su trabajo, paciencia y cariño.
Todos tenemos alguien a quien agradecer lo que somos. Gracias, Doña María.
Recuerdo a Doña María de vez en cuando. Y hace unos días la volví a recordar al ver esa marquesina de una campaña de publicidad de Sra. Rushmore para la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción.