Cuando una persona decide comprar una vivienda son muchos los factores que le llevan a tomar una decisión. El más relevante quizás sea el "factor presupuesto": compramos condicionados por el precio del bien y por nuestras posibilidades económicas. Y lo más lógico (aunque no lo más habitual) es comprar la vivienda acorde con nuestro bolsillo.
Luego hay otros factores, de índole más personal, que también intervienen en la decisión: que una vivienda esté bien comunicada, sin mucho ruido, en un entorno tranquilo, cercano a la facultad, al hospital, al trabajo... En estos factores seguro que habría muchas discrepacias: unos querrían un piso, aunque pequeño, que fuera muy céntrico y bien situado... otros se decantarían por una casa espaciosa, a los pies de la sierra y lejos de la contaminación de la ciudad.
Pero, hay un factor que habitualmente queda fuera de nuestro control y que, seguramente, nos preocupa a todos: se trata de nuestro vecino. No, no me refiero "al vecindario" en general... me refiero a aquel vecino o vecinos que están en el entorno más cercano: aquel que "nos pisa" en el apartamento de arriba, aquel cuya pared del dormitorio pega al nuestro, el del adosado contiguo, el de la casita de enfrente... Ellos pueden conseguir que toda nuestra felicidad por haber encontrado la vivienda de nuestros sueños, se transforme en una condena... un infierno hipotecado a treinta años vista.
¿Cuántos de vosotros no habéis conocido alguien a quien le "amargue la vida" un vecino? Uno de esos que se empeña en escuchar enterito el
Raphael 50 años después a las cuatro de la mañana... o una vecina de arriba incapaz de moverse en casa sin llevar tacones, un vecino borde y paranoico convencido de que todos los demás vecinos están confabulados contra él, un grupo de estudiantes universitarios que sólo han venido a la ciudad a montar "fiestuquis" de órdago en el piso (lejos de los/as chismosos/as del pueblo)...
En mi caso, afortunadamente, conozco de estos problemas con vecinos sólo por referencias, no por experiencia propia. En el lugar donde vivo todos los vecinos son correctos en el trato y no he tenido jamás problemas graves con ellos. Sin ir más lejos... ahí están mis vecinas de arriba: dos solteronas jubiladas que no me han dado jamás ningún motivo para la queja. Recién mudado me sorprendía enormemente que jamás se las oyera caminar por casa: ni música, ni una voz más alta que otra... Y esa sorpresa iba transformandose poco a poco en temor y, cuando pasaban más de dos semanas sin saber de ellas, subía a hurtadillas a su planta y pegaba discretamente la nariz a la puerta... Pero no hay de que preocuparse, ahí siguen vivitas y coleando. Y ¿sabéis porqué sé que siguen ahí? Son adictas a la "teletienda", y cada semana las visita un par de veces el repartidor de paquetería, para traerle esos cachivaches que han comprado durante sus madrugadas insomnes.
Recuerdo que hubo un tiempo, al principio de vivir aquí, en que me agobiaba un poco "la más joven:" aprovechaba los trayectos en ascensor para tirarme los tejos, importándole un pimiento que no fueramos solos o que yo no fuera receptivo con sus acometidas. Afortunadamente, la madre naturaleza y el paso del tiempo la han dejado mucho más tranquila y ya se limita a saludar y a un cortés "¿Qué tal por casa?"...
Ahora es vuestro turno, quid pro quo, contádme vuestros problemas con los vecinos...
(En recuerdo de aquellas
Crónicas de la Mirilla... desde
Churruán City)