domingo, febrero 25

Los hermanos gemelos



Mi Hermano
Autor: Rafael Novoa.

Nunca le perdoné a mi hermano gemelo que me abandonara durante siete minutos en la barriga de mamá, y me dejara allí, solo, aterrorizado en la oscuridad, flotando como un astronauta en aquel líquido viscoso, y oyendo al otro lado cómo a él se lo comían a besos. Fueron los siete minutos más largos de mi vida, y los que a la postre determinarían que mi hermano fuera el primogénito y el favorito de mamá. Desde entonces salía antes que Pablo de todos los sitios: de la habitación, de casa, del colegio, de misa, del cine -aunque ello me costara el final de la película. Un día me distraje y mi hermano salió antes que yo a la calle, y mientras me miraba con aquella sonrisa adorable, un coche se lo llevó por delante. Recuerdo que mi madre, al oír el golpe, salió de la casa y pasó ante mí corriendo y gritando mi nombre, con los brazos extendidos hacia el cadáver de mi hermano. Yo nunca la saqué del error.

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12 comentarios:

LOLA GRACIA dijo...

DESCONCERTANTE. MI VOTO EN DOMINGO. CON MILES DE FANTASMAS Y DEMONIOS EN LA MENTE Y EN EL CUERPO.

Marta Salazar dijo...

bonito, pero bastante terrible...

luz de gas dijo...

Lo que hace uno para que le quieran.
Saludos

mireias32 dijo...

Cruel pero real. Me gusta. Un saludo**

Alba y Alvaro dijo...

Esplendido y agobiante relato corto. A veces las grandes historias vienen en frascos pequeños.

Un saludo

Anónimo dijo...

Los hermanos, que no siempre se llevan bien de pequeños. No es tan raro, no?

Sintagma in Blue dijo...

Ufffff...

belleza aterradora

Anónimo dijo...

ufffff

Marisabel dijo...

Es fantástico! La necesidad de amor nos lleva a mentir a los demás y el amor ciego nos lleva a mentirnos a nosotros mismos. Creo que la madre sabía que no era el hijo amado, pero al no poder soportar su pérdida recibió la mentira del hermano como agua de mayo. Todos somos unos cobardes

Anónimo dijo...

La importancia de llamarse Nazaret

Suena el teléfono, lo descuelgo.

—¿Diga?

—¿Nazaret? Soy yo, tesoro. Ya estoy en la M-30. El tráfico está espeso como las lentejas que hace tu madre —reprimo una carcajada—. Aún así —añade— estaré ahí en media hora.

—De acuerdo —le digo.

—No quiero que me recibas desnuda como la última vez —me pide.

—¿Entonces? —le pregunto.

—Déjate los pendientes puestos, el tiempo ha refrescado —me dice con voz de arena.

—Es así como voy ahora vestida —le confieso, sintiendo arder las mejillas y el mistral trepando por mi espalda como una enredadera.

—Pues dile a tu piel que la espera ha concluido, porque mis labios ya están a siete semáforos de distancia —me dice antes de colgar.

Me retiro del teléfono con una sonrisa estúpida en mis fruncidos labios, y sin ningún remordimiento por haber mentido como una bellaca. Y es que cuando pasas de los sesenta años, los hombres sólo te llaman por equivocación.
RAFAEL NOVOA BLANCO

Me encata este gigones, de relatos cortos.

La cosina. Besos.

Ros dijo...

otro libro más y otro autor que leer...

Anónimo dijo...

Tremendo, se me ha helado la sangre.