El 25 de febrero del año pasado cerró definitivamente sus puertas la sala Multicines Centro de Granada, aquella sala de proyección que nació llamándose Palacio de Cine en el año 1961. Ver cerrar un negocio es, en estos tiempos de crisis, algo tristemente habitual... pero es aún triste cuando cierra un un cine porque queda un regusto amargo por los buenos ratos que muchos hemos pasado en él. Sin embargo, hoy no vengo a contaros sobre un negocio que cierra y unas personas que se quedan (lamentablemente) sin trabajo.
Hoy mi entrada pretende ser un homenaje a una vida que estuvo, laboralmente, muy ligada a esa sala. Y estuvo muy vinculada porque, aunque la vida laboral de José Antonio Caballero Solier ha finalizado en otros lares cinematográficos de Granada (en el Teatro Isabel la Católica, concretamente) coincidió en sus inicios con la apertura de la que fue, en su momento, la mejor sala de proyección de todo el Estado: el Palacio del Cine. Y, casualidades de la vida, ambos han cesado simultáneamente en su actividad relacionada con el mundo del cine: la sala por la crisis y José Antonio Caballero por jubilación.
José Antonio Caballero Solier fue, ha sido durante muchos años, Operador de Cinematógrafo, según reza en un antiguo carnet que muestra lleno de satisfacción. Y haber llegado hasta ahí no fue algo por generación espontánea, no. Su padre fue técnico de cine; su tío, operador técnico y su padrino de bautismo jefe de cabina. Por eso, con 5 o 6 añillos entraba a la cabina del Teatro Cervantes a ver al padrino, acompañando a su padre, como si estuviera en casa. Su padre se llamaba Juan, pero en el mundo de las salas de cine de Granada lo conocía con un nombre con reminiscencias cinematográficas: Johnny. Así que aquel chavalillo que lo acompañaba pronto tuvo su apodo también, relacionado con el cine... y con su padre. Al renacuajo lo comenzaron a llamar Johnillo.
Con doce años Johnillo dio por finalizados sus estudios en el colegio, hasta donde era obligatorio en aquel tiempo. Las opciones que se podían plantear sobre el futuro de aquel niño eran claras: o continuaba en el instituto o comenzaba a trabajar. Juan, su padre, pensó que era demasiado pronto para comenzar a trabajar (incluso para aquellos tiempos). Así que, aprovechando que a José Antonio le gustaba pintar (y le gusta aún), se matriculó en la Escuela de Arte y Oficios de Granada. Su maestro fue Rafael Revelles y con él estuvo año y medio.
Sin embargo aquel chaval pensó que lo de la pintura estaba bien pero, que no tenía mucho futuro profesional. Así que su padre habló con alguien de la empresa OEMSA (Organización Española Mercantil, Sociedad Anónima), una empresa del mundo del espectáculo muy importante en aquel tiempo. Explotaba muchas salas de cine en Granada: el Cine Regio, el Teatro Isabel la Católica , el Cine Capitol, el cine Albaicín, el Cine Victoria de La Chana, el Chiqui Cinema en el barrio de los Pajaritos, Cine Encarna de Maracena y el Teatro Ideal de Baza... incluso adquirieron en 1961 el Palacio del Cine. Una empresa como OEMSA al poseer tantas salas en Granada, tenía mucho movimiento de personal (bajas, vacaciones...). Y ahí encajó Johnillo, como aprendiz, lo que se conocía como “ayudante meritorio”. ¿Qué quería decir aquello? Entraba de aprendiz, pero sin cobrar.
Y estuvo así un año prácticamente. Pero surgió un problema: los inspectores de policía (supervisores de la censura por aquel tiempo) le prohibieron seguir trabajando. Argumentaban para esa prohibición lo incongruente que era que un niño de 14 años proyectara cine para mayores de 16 años. ¿Qué hacer? José Antonio y su padre recurrieron a la Delegación del Trabajo, para solicitar un permiso especial que se llamaban “tríptico” y que le concedía una licencia de proyección extraordinaria. Aquel documento, tenía que ser supervisado, por una parte, por el Sindicato del Espectáculo, otra parte la Delegación de Trabajo y otra parte la rellenaba la Falange. Y claro, quid pro quo, se tuvo que hacer miembro de Falange para que "el sindicato" diera su visto bueno. Una vez tuvo aquel documento en su poder, pudo seguir trabajando de “meritorio” en el Cine Capitol, en la Calle Recogidas, donde su tío era el Jefe de Cabina.
Y se comenzó a construir el Palacio del Cine, un cine innovador, con lo último en tecnología: el sistema Todd-AO con películas de 70 mm, un sistema de sonido puntero para la época y una pantalla de 240 metros cuadrados.
Un día, José Antonio y su padre llegaron para ver aquella maravilla, semanas antes de la inauguración y el jefe de cabina, Federico Perez Hita, le dijo a su padre: “Juan, ¿no quieres colocar a tu hijo aquí?” Y es que, el ayudante que tenían para la apertura, se había despedido.
Así fue como entró José Antonio Caballero de ayudante de cabina en el Palacio del Cine, en el año 1961. Años después, en el 1966, obtuvo el carnet de operador cinematográfico. Con ese documento estaba legalmente autorizado para proyectar cine en cualquier cabina. Sin ese carnet no podía proyectar, sólo podía ser ayudante, acompañando a un operador. Con aquel título, la empresa OEMSA lo tuvo de “correturnos” por todos sus cines en la ciudad: cuando alguien estaba de baja o de vacaciones, allí iba él. Como cada cine tenía dos operadores en cada cabina (uno por máquina), era habitual que en un lado u otro hiciera falta suplir a alguien. Poco después comenzaron a producirse bajas por edad o enfermedad: Carlos Planchuelo que era el jefe de cabina del Regio cumplió lo 65 años y se jubiló, Alfonso Zenni que era el jefe de cabina del Teatro Isabel la Católica murió de un infarto... Además empezaron a cerrar cines, porque vino la crisis de los años setenta (la popularización de la televisión). Por eso, a pesar de que él era el más joven de la empresa, el que tenía más probabilidades de ser despedido en caso de sobrar personal pues, acabó siendo necesario ante la avalancha de bajas y de jubilaciones. Así que la empresa me mandó al Teatro Isabel la Católica y, por delante incluso de otros operadores con más años de experiencia. El Teatro Isabel la Católica era un cine de mucho prestigio en Granada. Con el tiempo, el Teatro pasó a ser propiedad municipal, y José Antonio siguió en él.
Y desde entonces, José Antonio Caballero ha trabajado en el Teatro Isabel la Católica, en su cabina, con sus películas, como siempre ha sabido hacer derrochando profesionalidad.
Hasta el año pasado en que, casi coincidiendo en fechas con el cierre del antiguo Palacio del Cine, José Antonio se jubiló. Y se marchó arropado y homenajeado por el cariño de sus compañeros, mientras en el escenario sonaba Rodgers and Hammerstein y Kander and Ebb.
Con doce años Johnillo dio por finalizados sus estudios en el colegio, hasta donde era obligatorio en aquel tiempo. Las opciones que se podían plantear sobre el futuro de aquel niño eran claras: o continuaba en el instituto o comenzaba a trabajar. Juan, su padre, pensó que era demasiado pronto para comenzar a trabajar (incluso para aquellos tiempos). Así que, aprovechando que a José Antonio le gustaba pintar (y le gusta aún), se matriculó en la Escuela de Arte y Oficios de Granada. Su maestro fue Rafael Revelles y con él estuvo año y medio.
Sin embargo aquel chaval pensó que lo de la pintura estaba bien pero, que no tenía mucho futuro profesional. Así que su padre habló con alguien de la empresa OEMSA (Organización Española Mercantil, Sociedad Anónima), una empresa del mundo del espectáculo muy importante en aquel tiempo. Explotaba muchas salas de cine en Granada: el Cine Regio, el Teatro Isabel la Católica , el Cine Capitol, el cine Albaicín, el Cine Victoria de La Chana, el Chiqui Cinema en el barrio de los Pajaritos, Cine Encarna de Maracena y el Teatro Ideal de Baza... incluso adquirieron en 1961 el Palacio del Cine. Una empresa como OEMSA al poseer tantas salas en Granada, tenía mucho movimiento de personal (bajas, vacaciones...). Y ahí encajó Johnillo, como aprendiz, lo que se conocía como “ayudante meritorio”. ¿Qué quería decir aquello? Entraba de aprendiz, pero sin cobrar.
Y estuvo así un año prácticamente. Pero surgió un problema: los inspectores de policía (supervisores de la censura por aquel tiempo) le prohibieron seguir trabajando. Argumentaban para esa prohibición lo incongruente que era que un niño de 14 años proyectara cine para mayores de 16 años. ¿Qué hacer? José Antonio y su padre recurrieron a la Delegación del Trabajo, para solicitar un permiso especial que se llamaban “tríptico” y que le concedía una licencia de proyección extraordinaria. Aquel documento, tenía que ser supervisado, por una parte, por el Sindicato del Espectáculo, otra parte la Delegación de Trabajo y otra parte la rellenaba la Falange. Y claro, quid pro quo, se tuvo que hacer miembro de Falange para que "el sindicato" diera su visto bueno. Una vez tuvo aquel documento en su poder, pudo seguir trabajando de “meritorio” en el Cine Capitol, en la Calle Recogidas, donde su tío era el Jefe de Cabina.
Y se comenzó a construir el Palacio del Cine, un cine innovador, con lo último en tecnología: el sistema Todd-AO con películas de 70 mm, un sistema de sonido puntero para la época y una pantalla de 240 metros cuadrados.
Un día, José Antonio y su padre llegaron para ver aquella maravilla, semanas antes de la inauguración y el jefe de cabina, Federico Perez Hita, le dijo a su padre: “Juan, ¿no quieres colocar a tu hijo aquí?” Y es que, el ayudante que tenían para la apertura, se había despedido.
Así fue como entró José Antonio Caballero de ayudante de cabina en el Palacio del Cine, en el año 1961. Años después, en el 1966, obtuvo el carnet de operador cinematográfico. Con ese documento estaba legalmente autorizado para proyectar cine en cualquier cabina. Sin ese carnet no podía proyectar, sólo podía ser ayudante, acompañando a un operador. Con aquel título, la empresa OEMSA lo tuvo de “correturnos” por todos sus cines en la ciudad: cuando alguien estaba de baja o de vacaciones, allí iba él. Como cada cine tenía dos operadores en cada cabina (uno por máquina), era habitual que en un lado u otro hiciera falta suplir a alguien. Poco después comenzaron a producirse bajas por edad o enfermedad: Carlos Planchuelo que era el jefe de cabina del Regio cumplió lo 65 años y se jubiló, Alfonso Zenni que era el jefe de cabina del Teatro Isabel la Católica murió de un infarto... Además empezaron a cerrar cines, porque vino la crisis de los años setenta (la popularización de la televisión). Por eso, a pesar de que él era el más joven de la empresa, el que tenía más probabilidades de ser despedido en caso de sobrar personal pues, acabó siendo necesario ante la avalancha de bajas y de jubilaciones. Así que la empresa me mandó al Teatro Isabel la Católica y, por delante incluso de otros operadores con más años de experiencia. El Teatro Isabel la Católica era un cine de mucho prestigio en Granada. Con el tiempo, el Teatro pasó a ser propiedad municipal, y José Antonio siguió en él.
Y desde entonces, José Antonio Caballero ha trabajado en el Teatro Isabel la Católica, en su cabina, con sus películas, como siempre ha sabido hacer derrochando profesionalidad.
Hasta el año pasado en que, casi coincidiendo en fechas con el cierre del antiguo Palacio del Cine, José Antonio se jubiló. Y se marchó arropado y homenajeado por el cariño de sus compañeros, mientras en el escenario sonaba Rodgers and Hammerstein y Kander and Ebb.
Desde entonces, José Antonio ha vuelto poco por el Teatro, ni siquiera de visita. Y es que, debe de doler abandonar un lugar al que te sientes tan vinculado, durante tantos años.