Desde que nació, era la preferida de papá, su "ojito derecho". Había algo entre ellos... una especie de conexión especial padre-hija. Siempre había un rato para pasarlo bien juntos. Y se entretenían en mil cosas: jugaban, paseaban, escuchaban música...
En alguna ocasión los había oído discutir en su dormitorio, con la puerta cerrada. Mamá reprochaba a papá el reparto desigual de cariño que hacía entre sus hijos. Para mamá era fácil: de su corazón no salía jamás una muestra de afecto para el resto de la familia, mamá sí era equilibrada en el reparto. Sencillamente, no tenía nada que repartir.
A la pequeña Electra le importaban un bledo aquellas discusiones y sus hermanos, sabía que apenas disponían de hueco en el corazón de papá. Ella era la preferida y recibía continuas pruebas de ello. No había más que observar como cada noche papá la arropaba, le daba un beso en la frente mientras le susurraba un "que dios te bendiga, mi princesa". Los hermanos se tenían que contentar con un aséptico y frío "buenas noches". Él no lo sabía, pero ella lo quería con locura, lo idolatraba. Era su ejemplo a seguir, su dios y... su amor secreto. No busquéis un amor sucio aquí, era el amor limpio entre padres e hijos. Pero llevado al límite del amor inmenso e inabarcable.
Por eso, jamás pudo perdonarlo cuando, aquella noche que la despertó una pesadilla, se dirigió al cuarto de papá y mamá.... Allí estaba él, sobre ella, haciendo "eso". ¿Acaso no era ella su reina?... ¿por qué le susurraba sin cesar a mamá aquellos "te quiero"? Le dolió. Su corazón de apenas nueve años se partió en mil pedazos al creerse traicionado por la persona que más quería. Ella tardaría algún unos años en darse cuenta pero, pero aquel corazón no volvería a tener un hueco para otra persona, jamás.
Lo que sí supo desde el primer instante es que él tenía pagar por el dolor que albergaba en su pecho, merecía un escarmiento. Y, no creáis que le resultó fácil, fue casi más doloroso para ella que para él. Pero se armó de valor y determinación, nada la detendría. Y nada la detuvo.
Aquella tarde, la última mirada de papá fue para Electra. Fue una mirada llena de pavor y de perplejidad, después notar como la pequeña... ¡su pequeña!, le empujaba por las escaleras abajo. Ella creyó ver una súplica de perdón en aquellos ojos que se sabían próximos a la muerte. Por eso, la pequeña Electra decidió que se quedaría con aquellos ojos: era su carita dulce la última que habían visto aquellas pupilas, antes de ver la faz de la muerte. Y aún conservaban la súplica de perdón por su traición. Y... además, eran los ojos de papá.
De su papá.
En alguna ocasión los había oído discutir en su dormitorio, con la puerta cerrada. Mamá reprochaba a papá el reparto desigual de cariño que hacía entre sus hijos. Para mamá era fácil: de su corazón no salía jamás una muestra de afecto para el resto de la familia, mamá sí era equilibrada en el reparto. Sencillamente, no tenía nada que repartir.
A la pequeña Electra le importaban un bledo aquellas discusiones y sus hermanos, sabía que apenas disponían de hueco en el corazón de papá. Ella era la preferida y recibía continuas pruebas de ello. No había más que observar como cada noche papá la arropaba, le daba un beso en la frente mientras le susurraba un "que dios te bendiga, mi princesa". Los hermanos se tenían que contentar con un aséptico y frío "buenas noches". Él no lo sabía, pero ella lo quería con locura, lo idolatraba. Era su ejemplo a seguir, su dios y... su amor secreto. No busquéis un amor sucio aquí, era el amor limpio entre padres e hijos. Pero llevado al límite del amor inmenso e inabarcable.
Por eso, jamás pudo perdonarlo cuando, aquella noche que la despertó una pesadilla, se dirigió al cuarto de papá y mamá.... Allí estaba él, sobre ella, haciendo "eso". ¿Acaso no era ella su reina?... ¿por qué le susurraba sin cesar a mamá aquellos "te quiero"? Le dolió. Su corazón de apenas nueve años se partió en mil pedazos al creerse traicionado por la persona que más quería. Ella tardaría algún unos años en darse cuenta pero, pero aquel corazón no volvería a tener un hueco para otra persona, jamás.
Lo que sí supo desde el primer instante es que él tenía pagar por el dolor que albergaba en su pecho, merecía un escarmiento. Y, no creáis que le resultó fácil, fue casi más doloroso para ella que para él. Pero se armó de valor y determinación, nada la detendría. Y nada la detuvo.
Aquella tarde, la última mirada de papá fue para Electra. Fue una mirada llena de pavor y de perplejidad, después notar como la pequeña... ¡su pequeña!, le empujaba por las escaleras abajo. Ella creyó ver una súplica de perdón en aquellos ojos que se sabían próximos a la muerte. Por eso, la pequeña Electra decidió que se quedaría con aquellos ojos: era su carita dulce la última que habían visto aquellas pupilas, antes de ver la faz de la muerte. Y aún conservaban la súplica de perdón por su traición. Y... además, eran los ojos de papá.
De su papá.
La imagen corresponde a un valla publicitaria de Canal 13. En esa imagen está inspirado este relato.
Fotografía: Padre e hija
Autor: Landahlauts