Cuando camino por las calles de mi ciudad, cientos de ojos se cruzan con los míos.
Ojos de desconocidos, como vosotros.
Ojos que probablemente nunca volveré a ver o, que si vuelvo a ver, me serán tan ajenos como la primera vez que los vi.
Ojos vivos, ojos apagados. Ojos juveniles, ojos ancianos. Ojos anodinos, ojos picarones. Ojos iracundos, ojos bonachones.
Todos ellos reflejando su estado de ánimo, sus problemas, sus alegrías, sus pensamientos, sus esperanzas.
Cada persona camina con sus pensamientos. Menos mal que los pensamientos no se oyen, si se oyeran... no podría caminar por la calle.
Cuando me asomo a alguno de los miradores desde los que se domina mi ciudad, siempre pienso en cuantas vidas distintas están teniendo lugar ahí abajo. Gente que come, que duerme, que hace el amor, que nace, que muere, que trabaja, que roba, que soporta, que avasalla... gente sin prisa, gente con prisa, gente con problemas, gente sin problemas, gente rica, gente pobre, gente feliz, gente infeliz... Gente desconocida.
Cada persona camina con sus pensamientos. Menos mal que sus pensamientos no se oyen, si se oyeran... no podría caminar por la calle.
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