Locke y Montesquieu plantearon la separación de poderes como garantía del sistema democrático. Pretendía esa división asegurar la separación entre el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial. Sólo así se podría confiar la vigilancia de unos sobre otros, controlando los excesos que puedieran provocar y limitando la capacidad para crecer de un modo desmesurado y acabar predominando sobre los demás. La idea, básicamente, es buena. Otra cuestión que se haya llevado a cabo correctamente o no, como en el caso del denostado Tribunal Constitucional del Estado español, donde los miembros son elegidos en su gran mayoría por el poder legislativo y ejecutivo. Pero bueno, no falla la idea, falla el modo en que algunos la llevan a cabo.
En la actualidad día hay un nuevo poder, irrelevante en cuanto a capacidad de obrar en tiempos de Locke y Montesquieu, que poco a poco ha ido adquiriendo mayor capacidad de influir en nuestras vidas y, lo que es peor, de influir en la capacidad de maniobra de los otros tres poderes. Ese cuarto poder es el poder económico, aquel que ha sido capaz de ir creciendo progresivamente e infiltrándose en el tejido más íntimo de los demás. Nuestra idea de democracia, de separación de poderes, está en peligro. Poder legislativo y poder ejecutivo se someten de modo vergonzoso a los dictados de esa Hidra de Lerna que es el poder econonómico y, como siempre, pagan los más débiles, aquellos cuyas economías no dependen más que de su efuerzo diario y su trabajo (ese bien cada vez más escaso).
Y vemos, avergonzados, como presidentes del gobierno se oponen frontalmente, por ejemplo, a la dación en pago –que la entrega de la vivienda salde la deuda hipotecaria–, porque podría «poner en cuestión la solvencia del sistema financiero». O defienden ardientemente las posturas de compañías telefónicas o electricas frente a los intereses legítimos de los consumidores, de sus votantes, de aquellos que les pagan. Y no te explicas su forma de actuar (en ellos, tan de izquierdas algunos, presuntamente...) hasta que te das cuenta de que su partido vive de la financiación de un banco, de las oscuras contribuiones de esas empresas... o hasta que un día, después de dejar su cargo, lo nombran "asesor especial" de la compañía eléctrica (en un cargo que no sirve para nada pero está muy bien retribuido).
Nuestras democracias apestan. Están infectadas, corrompidas e infiltradas por un poder que ha ido creciendo con la complicidad necesaria (por acción u omisión) del resto de los poderes. Esta democrácia tiene un tumor, y es maligno. Nadie está dispuesto a extirparlo. Nos toca a nosotros.
Y el tratamiento comienza hoy. Mañana puede que sea tarde.
En la actualidad día hay un nuevo poder, irrelevante en cuanto a capacidad de obrar en tiempos de Locke y Montesquieu, que poco a poco ha ido adquiriendo mayor capacidad de influir en nuestras vidas y, lo que es peor, de influir en la capacidad de maniobra de los otros tres poderes. Ese cuarto poder es el poder económico, aquel que ha sido capaz de ir creciendo progresivamente e infiltrándose en el tejido más íntimo de los demás. Nuestra idea de democracia, de separación de poderes, está en peligro. Poder legislativo y poder ejecutivo se someten de modo vergonzoso a los dictados de esa Hidra de Lerna que es el poder econonómico y, como siempre, pagan los más débiles, aquellos cuyas economías no dependen más que de su efuerzo diario y su trabajo (ese bien cada vez más escaso).
Y vemos, avergonzados, como presidentes del gobierno se oponen frontalmente, por ejemplo, a la dación en pago –que la entrega de la vivienda salde la deuda hipotecaria–, porque podría «poner en cuestión la solvencia del sistema financiero». O defienden ardientemente las posturas de compañías telefónicas o electricas frente a los intereses legítimos de los consumidores, de sus votantes, de aquellos que les pagan. Y no te explicas su forma de actuar (en ellos, tan de izquierdas algunos, presuntamente...) hasta que te das cuenta de que su partido vive de la financiación de un banco, de las oscuras contribuiones de esas empresas... o hasta que un día, después de dejar su cargo, lo nombran "asesor especial" de la compañía eléctrica (en un cargo que no sirve para nada pero está muy bien retribuido).
Nuestras democracias apestan. Están infectadas, corrompidas e infiltradas por un poder que ha ido creciendo con la complicidad necesaria (por acción u omisión) del resto de los poderes. Esta democrácia tiene un tumor, y es maligno. Nadie está dispuesto a extirparlo. Nos toca a nosotros.
Y el tratamiento comienza hoy. Mañana puede que sea tarde.
NO somos mercancía en manos de políticios y banqueros.
Autor: Landhalauts