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miércoles, junio 21

Trabajar por los demás. Y sin zanahoria.

Difícil, muy difícil debe de ser abandonar tu vida de comodidades en el primer mundo e irte a un país subdesarrollado a ayudar a otras personas. Yo, la verdad lo admiro, y aún más cuando tengo claro que jamás lo haría. Admiro a las personas que por convicciones religiosas lo hacen. Sin embargo, con todos mi respetos, a ellas les pondría algún inconveniente. Se lo pondría desde dos puntos de vista. El primero es que lo hacen con una función evangelizadora. Sería algo parecido a "mientras te comes la comida que te he traido, te voy a hablar de mi dios". La segunda objeción se la pondría en que, desde la visión judeo-islamo-cristiana, esta entrega no es gratuita. No lo es en el sentido de que, esa aparente entrega gratuita por ayudar a los demás busca una recompensa para aquel que la hace. El misionero busca su "salvación" en un trabajo de ayuda a sus semejantes más desfavorecidos. Esta recompensa es la de una vida mejor después de morir, cuando Dios "compruebe" su vida de entrega a los demás. Por tanto, bajo mi punto de vista, la tarea del misionero en un país del tercer mundo, aunque útil, es totalmente bastarda. Mucha más consideración me merece la acción que pueda desarrollar una persona, que alejada de convicciones religiosas y sin la zanahoria de la vida eterna, haga una labor de servicio a personas del tercer mundo. Personas como Elsa García, una enfermera chilena que trabaja para Médicos sin Fronteras, me merecen mucha mayor consideración. Probablemente esta persona, con una profesión cualificada, tendría posibilidad de encontrar un trabajo muy bien remunerado en, por ejemplo, el Reino Unido. Sólo su inquietud y solidaridad hacia los demás la lleva a renunciar a ello e irse a la República Democrática del Congo. Y sin zanahoria.
Yo, que como dije antes, jamás haría algo parecido; que en muchas ocasiones considero que algunas ONGs son burocracias inútiles o simples lavadoras de complejos de culpa... admiro a personas como estas.
Texto: Landahlauts.
Fotografía: MSF