miércoles, enero 10

Extremos que se tocan.

Unos dicen:



Y los otros, responden:


LA ESPADA Y LA CRUZ

¡Oh! Virgencita que luces Ojos de dulces miradas
Que vieron pasar espadas que dieron paso a las Cruces
¡Mira tus tierras amadas!
Y si hoy destruyen las Cruces brillen de nuevo las luces del filo de las espadas


Viendo la foto y leyendo la "oración a la virgencita" es fácil darse cuenta de lo que se parecen posturas que, en apariencia, son antagónicas.

14 comentarios:

Alvaro dijo...

Del amor al odio hay un paso, y no hay extremos más alejados.

Un abrazo

Baldanders dijo...

Paradojas mi querido Landah, paradojas.

Más claro, agua dijo...

Particularmente, prefiero el lema "Extremeños que se tocan", y que cunda el ejemplo...

Anónimo dijo...

Es un niño? Es una palomita de maiz?... no es un muyajaidín!!!

Landahlauts dijo...

Salida... ¡¡¡qué mala leche con lo de la "palomita de maiz!!!

Anónimo dijo...

Ya le llegará su hora al niño, que hay balas para todos

Anónimo dijo...

Si tan solo dedicaran un segundo en contextualizar esas palabras en ese niño quizás comprenderían más.

A veces la vida va más rápido que la edad. No va mirar disney channel porque hay mucha gente como "sulaco" que consideran que determinadas personas no son seres humanos sino animales salvajes.

Los tratan como tales y actuan en consecuencia.

:(

Landahlauts dijo...

Sulaco... tú siempre tan diplómático. :)

Apus:
No se trata de saber quién lleva o no razón. Se trata de pensar en que hay otro medio de arreglar las cosas y que la violencia (de cualquier bando, como vemos en el post) sólo genera más violencia.

Anónimo dijo...

Seguramente ese niño y sus padres odian profundamente Europa y Occidente. Pero seguro que viven en una ciudad Europea, medrando de los servicios sociales, disfrutando de una sanidad gratuita y viviendo de cojones.
Menuda gentuza tenemos.

Y si es los de la "virgencica" pues se podrían meter la espada por donde yo me se. A ver si así sale igual de brillante.

Landahlauts dijo...

Anónimo... eso son conjeturas y tópicos.

La Espada y la Cruz dijo...

Mi humilde opinión es que a los musulmanes no hay que atacarlos como hace Bush, hay que convertirlos como hizo San Francisco y sólo repeler sus ataques con la fuerza, que no es otra cosa que la universalmente aceptada legítima defensa.
Ríanse de los versos cuando los mujaidines los hayan degollado...

Anónimo dijo...

Ya, primero golpearlos con la biblia y si no les entra, ya se les pasa por las armas (la espada de la virgen)

Anónimo dijo...

No llame usted a su virgencita para que nos defienda. Si hace falta defenderse... como dice Sulaco: habrá balas para todos.

Anónimo dijo...

POR QUÉ VAN A GANAR LOS MALOS

Arturo Pérez-Reverte
| El Semanal | 19 de febrero de 2006

De la movida mahometana me quedo con una foto. Dos jóvenes tocados con kufiyas alzan un cartel: Europa es el cáncer, el Islam es la respuesta. Y esos jóvenes están en Londres. Residen en pleno cáncer, quizá porque en otros sitios el trabajo, la salud, el culto de otra religión, la libertad de sostener ideas que no coincidan con la doctrina oficial del Estado, son imposibles. Ante esa foto reveladora –no se trata de occidentalizar el sano Islam, sino de islamizar un enfermo Occidente–, lo demás son milongas. Los quiebros de cintura de algunos gobernantes europeos, la claudicación y el pasteleo de otros, la firmeza de los menos, no alteran la situación, ni el futuro. En Europa, un tonto del haba puede titular su obra Me cago en Dios, y la gente protestar en libertad ante el teatro, y los tribunales, si procede, decidir al respecto. Es cierto que, en otros tiempos, en Europa se quemaba por cosas así. Pero las hogueras de la Inquisición se apagaron –aunque algún obispo lo lamente todavía– cuando Voltaire escribió: «No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero lucharé hasta la muerte para que nadie le impida decirlo».

Aclarado ese punto, creo que la alianza de civilizaciones es un camelo idiota, y que además es imposible. El Islam y Occidente no se aliarán jamás. Podrán coexistir con cuidado y tolerancia, intercambiando gentes e ideas en una ósmosis tan inevitable como necesaria. Pero quienes hablan de integración y fusión intercultural no saben lo que dicen. Quien conoce el mundo islámico –algunos viajamos por él durante veintiún años– comprende que el Islam resulta incompatible con la palabra progreso como la entendemos en Occidente, que allí la separación entre Iglesia y Estado es impensable, y que mientras en Europa el cristianismo y sus clérigos, a regañadientes, claudicaron ante las ideas ilustradas y la libertad del ciudadano, el Islam, férreamente controlado por los suyos, no renuncia a regir todos y cada uno de los aspectos de la vida personal de los creyentes. Y si lo dejan, también de los no creyentes. Nada de derechos humanos como los entendemos aquí, nada de libertad individual. Ninguna ley por encima de la Charia. Eso hace la presión social enorme. El qué dirán es fundamental. La opinión de los vecinos, del barrio, del entorno. Y lo más terrible: no sólo hay que ser buen musulmán, hay que demostrarlo.

En cuanto a Occidente, ya no se trata sólo de un conflicto añejo, dormido durante cinco siglos, entre dos concepciones opuestas del mundo. Millones de musulmanes vinieron a Europa en busca de una vida mejor. Están aquí, se van a quedar para siempre y vendrán más. Pero, pese a la buena voluntad de casi todos ellos, y pese también a la favorable disposición de muchos europeos que los acogen, hay cosas imposibles, integraciones dificilísimas, concepciones culturales, sociales, religiosas, que jamás podrán conciliarse con un régimen de plenas libertades. Es falaz lo del respeto mutuo. Y peligroso. ¿Debo respetar a quien castiga a adúlteras u homosexuales? Occidente es democrático, pero el Islam no lo es. Ni siquiera el comunismo logró penetrar en él: se mantiene tenaz e imbatible como una roca. «Usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia», ha dicho Omar Bin Bakri, uno de sus los principales ideólogos radicales. Occidente es débil e inmoral, y los vamos a reventar con sus propias contradicciones. Frente a eso, la única táctica defensiva, siempre y cuando uno quiera defenderse, es la firmeza y las cosas claras. Usted viene aquí, trabaja y vive. Vale. Pero no llame puta a mi hija –ni a la suya– porque use minifalda, ni lapide a mi mujer –ni a la suya– porque se líe con el del butano. Aquí respeta usted las reglas o se va a tomar por saco. Hace tiempo, los Reyes Católicos hicieron lo que su tiempo aconsejaba: el que no trague, fuera. Hoy eso es imposible, por suerte para la libertad que tal vez nos destruya, y por desgracia para esta contradictoria y cobarde Europa, sentenciada por el curso implacable de una Historia en la que, pese a los cuentos de hadas que vocea tanto cantamañanas –vayan a las bibliotecas y léanlo, imbéciles– sólo los fuertes vencen, y sobreviven. Por eso los chicos de la pancarta de Londres y sus primos de la otra orilla van a ganar, y lo saben. Tienen fe, tienen hambre, tienen desesperación, tienen los cojones en su sitio. Y nos han calado bien. Conocen el cáncer. Les basta observar la escalofriante sonrisa de las ratas dispuestas a congraciarse con el verdugo.

A favor en contra - 19.03.2007 - 12:52h - Dice ser Iron John - #64

SOBRE MEZQUITAS Y ACUEDUCTOS

Arturo Pérez-Reverte
El Semanal 28 enero 2007


Sé, sin que saberlo tenga mérito alguno, cómo acabará la polémica sobre el uso islámico de la catedral de Córdoba. Estando como estamos en España, y por muchas pegas que se pongan al asunto, todo será, tarde o temprano, como suele. Aquí es cosa de tener paciencia y dar la murga. Por eso apuesto una primera edición de El Guerrero del Antifaz a que, en día no lejano, veremos a musulmanes orando en la antigua mezquita árabe. Tan seguro como que me quedé sin abuela. Estamos aquí, señoras y caballeros. En la España pluricultural y polimorfa marca ACME. Donde todo disparate y estupidez tienen su asiento.

A ver si me explico. Si yo fuera musulmán –cosa imposible, porque me gustan el vino, los escotes de señora, el jamón de pata negra y blasfemar cuando me cabreo– pediría eso y más. Como acaba de hacer, por ejemplo, la federación de asociaciones islámicas, exigiendo que la Iglesia católica devuelva el patrimonio musulmán; o los descendientes de moriscos –échenle huevos y háganme un censo–, obtener la nacionalidad española. En un mahometano que se tome a sí mismo en serio, o le convenga parecer que se toma, todo eso sería normal, pues los deseos son libres. El problema no está en los que piden, que están en su derecho, sino en los que dan. O en la manera de dar. O en la manera cobarde, acomplejada, en la que cualquiera que tenga algo público que sostener en España se muestra siempre dispuesto a dar, o a regalar, con tal de que no le pongan la temida etiqueta maléfica: reaccionario, conservador o antiguo. En un país tan gilipollas que hasta los niños de las escuelas tendrán una asignatura que los adiestre para el talante y la negociación, donde en boca del presidente del Gobierno un terrorista asesino que desea salir del talego es un hombre de paz, donde hasta un tertuliano de radio puede decir, sin que nadie entre sus colegas lo llame imbécil, que a los españoles les sobra testosterona y ya va siendo hora de reivindicar la cobardía, lo absurdo sería no ponerse a la cola y pedir por esa boca pecadora. Faltaría más. La mezquita de Córdoba, o el acueducto de Segovia por parte del alcalde de Roma. Y si cuela, cuela.

No voy a ser tan idiota como para pretender explicar lo obvio: las iglesias tardorromanas o visigodas anteriores a las mezquitas árabes, los ocho siglos de afirmación nacional, etcétera. Sólo argumentarlo es dar cuartel a quienes utilizan nuestra bobería como arma. Lo que quiero destacar es el hecho invariable del método. En España, basta que alguien plantee una estupidez de grueso calibre, sea la que sea, para que, en vez de soltar una carcajada y pasar a otra cosa, siempre haya gente que entre al trapo, debatiéndola con mucha seriedad constructiva, con el concurso natural de los malintencionados y de los tontos. En eso vamos a peor. Hasta hace poco sólo soportábamos a los paletos de campanario de pueblo empeñados en reducir el mundo al tamaño del rabito de su boina. Pero en vista del éxito, todo cristo acude ahora a mojar en la salsa. A qué pasar hambre, si es de noche y hay higueras.

Por eso digo que acabarán orando en Córdoba. Tienen fe, poseen el rencor histórico y social adecuado, y han tomado el pulso a nuestra estupidez y nuestra cobardía. Tampoco merece conservar catedrales quien no sabe defenderlas: no por motivos religiosos –dudoso argumento de tanto notable chupacirios–, sino porque esas catedrales construidas sobre mezquitas o sinagogas, que a su vez lo fueron sobre iglesias visigodas asentadas sobre templos romanos o lugares sagrados celtas, son libros de piedra, memoria viva de lo que algunos todavía llamamos cultura occidental. Un Occidente mestizo, por supuesto, como siempre lo fue; pero con cada uno en su sitio y las cosas claras. Como ya escribí alguna vez, hicieron falta nueve mil años de memoria documentada desde Homero, dos siglos transcurridos desde la Revolución francesa llenos de sufrimiento y barricadas, y unos cuantos obispos llevados a la guillotina o al paredón, para que una mujer goce hoy en Europa de los mismos derechos y obligaciones que cualquier hombre. O para que yo mismo tenga derecho –lo ejerza o no– a escribir «me cago en Dios» sin que me metan en la cárcel, me persigan o me asesinen por blasfemo. Quien olvida eso y se la deja endiñar en nombre del qué dirán y el buen rollito, merece que le recen en Córdoba o lo pongan mirando a La Meca. Y que cuando su legítima pase con falda corta frente a la mezquita-catedral, símbolo de la multicultura, del todos somos iguales y del diálogo de civilizaciones, otra vez la llamen puta.