Los seres humanos, bien a escala individual o bien a escala colectiva, tendemos en muchas ocasiones a considerarnos el centro del universo. Como si todo el Planeta Tierra estuviera ahí para nuestro uso y disfrute, una especie de parque temático hecho por Dios para nosotros. La realidad es que, viendo las magnitudes del Cosmos, somos unos seres ínfimos, en un planeta minúsculo y con una duración como especie que será mínima para las magnitudes temporales que maneja el espacio. Eso en el ámbito de la especie humana en su conjunto, si ya lo consideramos a escala particular, como individuo, la relevancia es irrisoria. Esta idea es difícil de alcanzar, en especial aquellos que “disfrutamos” de una alta autoestima. Me ha surgido a raíz de una noticia que he leído en el periódico El País: Treinta especies, desconocidas hasta ahora, han sido descubiertas por un equipo de naturalistas en la selva indonesia de la isla de Papúa. En nuestro egocentrismo como especie nos surgen varias preguntas: ¿Cómo es posible que el ser humano no conociera de la existencia de estos seres? ¿Es que hay sitios en la tierra que el hombre no conoce aún? ¿Cómo es posible eso? ¿Qué nos aportaría un estudio con detalle de las nuevas especies y de su medio? Si me permitís la broma, añadiría una pregunta más: ¿Cómo es posible que estas especies hayan sobrevivido sin conocernos? La respuesta a esta última pregunta si la tenemos. El problema para sobrevivir esas treinta especies no lo tenían antes, lo tienen ahora, que nos conocen. Ahora que las diseccionaremos, que las estudiaremos, que las echaremos en alcohol y que trataremos de sacarles una rentabilidad económica. Queridas “treinta especies”: acabáis de conocer al ángel exterminador de vuestra especie y de vuestro entorno, a vuestro dueño y señor: el ser humano. Vuestro Apocalipsis se acerca.
Aclaración: Ojo al enlace que hay con el periódico El País, las imágenes son muy bellas.
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