martes, enero 23

El Diezmo.


"...Es como un cuento perverso en el que los poetas atracan a su pueblo, los cantantes llaman piratas o pendejos electrónicos a los ciudadanos honestos, los músicos cambian sus instrumentos por calculadoras y a los autores les inspira la letra de las leyes y de los reglamentos para aplicar tasas. Una verdadera pesadilla, para salir de la cual basta con abrir los ojos y no dejarse engañar."


Presidente de la Asociación de Internautas

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Manda webos, que al final nos van a castrar a la mulita. Y todo para pagarle los servicios a los "artistas".

Ros dijo...

y la cantidad de artistas que no están pagados... fuera los cánones. fuuuuuuuu!!!!!!!!

Anónimo dijo...

Es una vergüenza que quieran prohibir programas que como los P2P popularizan de un modo tan grande la cultura. Emule hace más por la cultura que el ministerio de cultura.
Cultura gratuita. Ya.

Alvaro dijo...

Menos artistas y más arte, diría yo.

Un abrazo con voto

LOLA GRACIA dijo...

Creo que los autores no deben morir en la indigencia pero ¿qué parte de ese canon va a parar al manos del creador?
Me río yo de la SGAE.
Los grandes, grandes de verdad son felices sabiendo que su música se escucha en el mundo entero. Los cheques pagan las facturas, pero jamás podrán alimentar sus almas (o su ego)...y eso es lo que verdaderamente necesitan.

Anónimo dijo...

Hay, además, otro elemento en todo esto mucho menos material: el concepto de procomún. De acuerdo con él, todo el conocimiento, al ser hijo del conocimiento preexistente pertenece a la Humanidad: uno puede componer una canción pero no ha inventado la música, ni los instrumentos, ni la técnica compositiva, ni su plasmación escrita ni, sobre todo, la evolución previa de la música sin la cual no podría haberse llegado a la canción actual. Todo nuevo conocimiento es deudor del anterior; quizá incluso podría decirse que no existe el concepto nuevo en el mundo del conocimiento sino que lo que nos parece nuevo no es sino una evolución de lo que ya existía: ¿el primer principio de la termodinámica aplicado al conocimiento? Quizá sí. Por eso, aunque se hable de propiedad intelectual, en todo el mundo (incluso en los Estados Unidos, tempplo universal de la propiedad privada) se parte de que el conocimiento es patrimonio de todos y que su exclusiva durante un tiempo es una concesión de la sociedad -a la que realmente pertenece la obra- al autor y no a la inversa. La prueba -entre otras muchas evidencias- es que a nadie se le ocurriría pensar que la propiedad privada material pudiera tener fecha de caducidad y, de hecho, no la tiene y la propiedad intelectual, aunque larga y tendida, la tiene. La pretensión de que, pasado un tiempo, el autor cede forzosamente a la sociedad la obra de su propiedad es una monstruosa falacia.

El problema gordo, no obstante, nos ha venido ahora, cuando lo que fue hasta hace pocos años un simple modelo de negocio se ha convertido en un complejo modelo especulativo. Vivimos en unos momentos en que los derechos de autor no están prácticamente nunca en manos del autor sino de los editores y productores; es lo único que explica esta barbaridad de que los derechos económicos de autor, en vez de durar un tiempo determinado a partir del inicio de la divulgación de la obra (como fue en un principio y como sigue siendo, por ejemplo, en el caso de las patentes industriales) estén sujetos a la barbaridad de permanecer vigentes durante setenta años a partir de la muerte del autor. Como en tantos ámbitos de la economía, han refinado el método de explotación: el autor profesional ya no es libre, es un asalariado... sin contrato de trabajo. Sólo faltan las cadenas y los remos. Y el editor o productor se apropia de su trabajo -a cambio de una comisión de miseria- durante toda la vida del autor... y setenta años más.

El ladrón, por tanto y ya que hablamos de robos (y no hemos empezado nosotros), no es el dueño que disfruta de lo suyo, sino el que se apropia de lo que es de otros.


La cosina. Besos.

Landahlauts dijo...

Muy interesante, Cosina. Gracias.

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